Ésta tarde escribí esto, no sé bien como, pero pareciera el comienzo de una historia.
Parte uno
Sin final
Parte uno
Sin final
Parecía cansada y perdida.
Sus ojos fríos, no decían nada. De modo que tal vez no había nada que decir, la ausencia de palabras se despliega en su cuerpo.
Seguía perdiéndose en mundos que no existían, se adentraba, arduamente, en personas que no existían.
Ella sólo quería cruzar el mar,y en sueños le gritaba al cielo nocturno que por favor no huyera de sí. Entonces el cielo le respondía haciendo sonar todas las estrellas, como si fueran campanas de cristal.
Sonreía. A veces confundía los sueños con las cosas reales, y se preguntaba, ¿Es ésto locura?
Sin embargo no tenía, ni un rayo de miedo, por la locura que acechaba su mente.
En secreto pensaba que era espantoso ver como algunas personas no enloquecían nunca, sus vidas transcurrían en lineas rectas, sin desviarse, jamás.
Personas que no creían que en las nubes había millones de figuras ocultas, y estaba hechas de azúcar.
Personas que no creían que las hojas de otoño eran sueños. Que el arte lo era absolutamente todo en otras vidas, como una expresión única en todo el universo y todas las galaxias.
Personas que no conocían el dolor. El dolor que llegaba hasta el alma, removiendo, todo lo que yacía dentro.
Ella, particularmente, creía firmemente que el dolor era una especia de veneno, una vez que llegaba, anulaba todos los demás sentimientos (todo se reducía al dolor). Mientras pintaba sus uñas de rojo en voz alta decía, en su habitación vacía, yo no sólo le escribo al dolor, no solo lo vivo intensamente, si no que también lo planto, lo cultivo, lo doy vuelta, lo bebo, en vasos llenos en noches oscuras.
Nadie escuchaba sus palabras, era igual que tirarse de un trampolin al vacío.
Lo sabía con certeza, pero igual disfrutaba oír su voz. La hacía sentirse fuerte.
Le gustaba su voz, un poco más, que la tinta fresca sobre el papel. Que siempre estaba dispuesto a escuchar. El papel entendía que no había nada que entender.
No había nada que entender.
El viaje era largo ,como la lluvia, en las mañanas del mes de julio.
La huida era azul, como el mar, en todas las estaciones de todos los años.
Ella en su cuerpo parecía confundida y el presente estaba ausente en sus brazos. Eran los abrazos un regalo que no recibía a menudo.
Miraba fijo los vidrios, y pensaba, en las personas que saltaban desde las ventanas. Sin flaquear, como una tarea fácil, tomaban impulso y daban el salto final. Lo hacían.
En el pasado ella misma había sido una de esas personas, dispuesta a saltar a través de los vidrios.
Hoy en día sólo guardaba besos apasionados en cajas, para que cuando todo el no querer, desaparecierá, alguien quisiera un regalo.
Hoy en día se alejaba de todo y todos por un tiempo. Regresaba, sonriente, mientras un aire de despreocupación envolvia todas las palabras conversadas.
Cerraba los ojos con fuerza cuando pensaba en el pasado, entre colores lograba transformar el pasado en pasado. No se permitía volver atrás.
Su corazón remolineaba y no sabía a quién debía amar en el mundo.
Ella abría nuevos caminos. Los marcaba con fuego.
Sus ojos fríos, no decían nada. De modo que tal vez no había nada que decir, la ausencia de palabras se despliega en su cuerpo.
Seguía perdiéndose en mundos que no existían, se adentraba, arduamente, en personas que no existían.
Ella sólo quería cruzar el mar,y en sueños le gritaba al cielo nocturno que por favor no huyera de sí. Entonces el cielo le respondía haciendo sonar todas las estrellas, como si fueran campanas de cristal.
Sonreía. A veces confundía los sueños con las cosas reales, y se preguntaba, ¿Es ésto locura?
Sin embargo no tenía, ni un rayo de miedo, por la locura que acechaba su mente.
En secreto pensaba que era espantoso ver como algunas personas no enloquecían nunca, sus vidas transcurrían en lineas rectas, sin desviarse, jamás.
Personas que no creían que en las nubes había millones de figuras ocultas, y estaba hechas de azúcar.
Personas que no creían que las hojas de otoño eran sueños. Que el arte lo era absolutamente todo en otras vidas, como una expresión única en todo el universo y todas las galaxias.
Personas que no conocían el dolor. El dolor que llegaba hasta el alma, removiendo, todo lo que yacía dentro.
Ella, particularmente, creía firmemente que el dolor era una especia de veneno, una vez que llegaba, anulaba todos los demás sentimientos (todo se reducía al dolor). Mientras pintaba sus uñas de rojo en voz alta decía, en su habitación vacía, yo no sólo le escribo al dolor, no solo lo vivo intensamente, si no que también lo planto, lo cultivo, lo doy vuelta, lo bebo, en vasos llenos en noches oscuras.
Nadie escuchaba sus palabras, era igual que tirarse de un trampolin al vacío.
Lo sabía con certeza, pero igual disfrutaba oír su voz. La hacía sentirse fuerte.
Le gustaba su voz, un poco más, que la tinta fresca sobre el papel. Que siempre estaba dispuesto a escuchar. El papel entendía que no había nada que entender.
No había nada que entender.
El viaje era largo ,como la lluvia, en las mañanas del mes de julio.
La huida era azul, como el mar, en todas las estaciones de todos los años.
Ella en su cuerpo parecía confundida y el presente estaba ausente en sus brazos. Eran los abrazos un regalo que no recibía a menudo.
Miraba fijo los vidrios, y pensaba, en las personas que saltaban desde las ventanas. Sin flaquear, como una tarea fácil, tomaban impulso y daban el salto final. Lo hacían.
En el pasado ella misma había sido una de esas personas, dispuesta a saltar a través de los vidrios.
Hoy en día sólo guardaba besos apasionados en cajas, para que cuando todo el no querer, desaparecierá, alguien quisiera un regalo.
Hoy en día se alejaba de todo y todos por un tiempo. Regresaba, sonriente, mientras un aire de despreocupación envolvia todas las palabras conversadas.
Cerraba los ojos con fuerza cuando pensaba en el pasado, entre colores lograba transformar el pasado en pasado. No se permitía volver atrás.
Su corazón remolineaba y no sabía a quién debía amar en el mundo.
Ella abría nuevos caminos. Los marcaba con fuego.