Ustedes estaban todas en la mesa.
Era la hora de almorzar.
La casa, la habitación, el pasillo.
Corriendo, buscando a madre.
También estaban algunos de ellos.
El baño, el patio, la otra habitación
Corriendo, buscando a madre.
El agua en los ojos de ellas.
Lucían tristes, pero al mismo tiempo
alegres como sus vestidos.
Pronto el pasillo se había convertido
en un laberinto de viaje.
Comenzaba en la casa que vivimos algunos,
y terminaba en la casa que vivimos todos.
Yo, corriendo, sin parar.
Con el agua de mis ojos en el cuello.
De una casa a la otra buscando a madre.
¡Y al fin!
Abrí la puerta de color amarillo pastel.
Mi felicidad fue absoluta y tan grande: Madre.
Mis ojos lloraban felicidad y no desesperación.
Pero era la hora del almuerzo y nos trasladamos
a la casa donde vivimos algunos.
El silencio dibujaba los rostros de todos los
que estábamos al rededor de la mesa.
Yo sentía mi piel incómoda por las lágrimas que se habían secado.
Vos. Joven y blanca, me miraste con tus ojos oscuros.
Y vos, me dijiste, que era mejor que me fuera de nuestra casa.
Había sido tu idea, y al parecer todos estaban de acuerdo.
Mis lágrimas recorrían un camino que ya se había delineado.
Las paredes comenzaban agrietarse, mi corazón latía como una
bomba a punto de estallar.
Y yo, buscaba a madre.
Buscaba a padre.
Las paredes, la mesa, ustedes. Ellos.
Yo, disolviéndome.
Con un movimiento involuntario, desperté.
[Tuve un sueño errático.
Mi angustia dentro de una taza.
Negra y liquida como el café de esta mañana]