Los pasillos eran largos y oscuros.
Algo se había perdido; algo se había encontrado.
Los días del nuevo mes habían llegado, me había obligado a renovar mis esperanzas.
No era realmente el silencio lo que me deprimía, era mi propio silencio.
La desnudes venía de la ausencia, del vacío que pintaba todas las paredes, y las luces se interponían en línea recta.
El vacío humedecía las luces, enmascaraba cada objeto, esquivaba pensamientos. Desde ahí se gestaba, para unírselo a eso.
Irregular, gigante, me perseguía. Quería robarme las palabras y en cierto punto ya lo había logrando.
Las miradas eran otras, me veían, atravesando el pasillo negro mientras yo me preparaba para echarme a correr.
Tenía que correr tan rápido como no me fuese posible. Estar los suficiente mente lejos de sus ojos, por que ellos me miraban fuerte. Apoyando sus ojos sobre los míos, sus manos sobre mis hombros.
Las horas escondían una calma, que yo nunca podía experimentar, ni saborear. Una calma tan pulcra que creaba partículas de brillo en el aire.
Algo se desprendía; algo nuevo se estaba generando bajo tierra.
Quería quedarme mirando todo desde arriba, perder la preocupación por el daño causado, perseguir el brillo aireado. Pero estaba inmóvil por que no quería romper ningún elemento que formaba la noche.
Usaba una voz de color amarillo pálido, perdía contacto.
Buscaba contacto, necesitaba pegarme a su cuerpo.
Era desconocido como las piedras bajo el río.
Era desconocido, por que jamás me había tocado. Era desconocido pero le pedía quedarse cerca,no soltarme.
La realidad como un faro, se prendía, y se apagaba. Me advertía.
Me recordaba que estaba inmóvil, puertas afuera. Que era descolorida por que me gustaba perder los colores. Más me gustaba comermelos, para llevarlos por dentro.
Mi tormenta se aproximaba, y nadie podía cuidarme.
Nadie podía salvarme, del cielo negro que mis manos pintaban al ritmo de un piano roto. Sonaba bestial.
Tendría relámpagos y rayos.
Tendría dolor en grandes dosis, semitonos de gritos, escaleras en forma de caracol.
Tendría explosiones coloridas, miles de formas, miles de lágrimas.
Tendría mariposas, tijeras, ausencia, silencio, ruido. Sería una lluvia única.
Finalmente cuando todo se haya fundido, emergería de las profundidades más profundas el canto de las sirenas.
Sería el único sonido, el único silencio y sería blanco. He ahí el momento en el que podría dar los primeros pasos, con zapatos nuevos.
El momento en el que el liquido; me hubiese liquidado.
Podría parecerme a un color y pintar mis uñas.
El momento en el que por fin testearía la gloria de un nuevo día.