Cansancio. Enorme como las paredes de mi casa.
Diverso como las formas de la madera en los techos.
Me duele acá, en el medio. Un dolor constante. Especie de ardor, de un fuego imposible de extinguir.
Suena como si el océano se estuviese partiendo. Abriendo en dos.
Me duele el cuerpo.
Al parecer me estaban creciendo mariposas en el estomago.
Quiero vomitar. Necesito vomitar.
Las posibilidades son nulas cuando la conciencia se despierta.
Necesito.
No quería correr, pero cuando abrí los ojos ya me había atado los cordones.
Ya estaba corriendo. La carrea es difícil cuando los golpes te roban la fuerza.
Las palabras son tan duras que han de añadir más sal a mis lágrimas.
Ahora, estaba un escalón más arriba (o más abajo)
El des-encuentro conmigo me hacía girar, y girar, sin frenos.
Me apuntaba a la luna. ¿Otra vez? ¿Otra vez muriéndose?
No. Otra vez creciendo.
Cerrando las cortinas, empujando las puertas, cambiando las sábanas.
Otra vez al cierre del círculo lunar, completo. Está vez iba con candado doble.
Esta vez iba a tener los ojos tan abiertos que esperaba sentir mis pestañas rozando
mis párpados.
¿Y las manos? ¿Donde están?
No. No están, no estaban. Nunca estuvieron.
Fuiste (sola) en línea recta ignorando el sol, sabiendo que iba a quemarte.
No importó. No importa. Sólo es otra cicatriz.
Sólo es otro objeto para mi almacén de dolor.
Acá no se compra. Se mira y no se toca.
¿Entendio?
¡Se mira y no se toca!
(Lo único que falta es que rompa algo)
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